miércoles, 9 de abril de 2014

Divisaste las alargadas siluetas con casco de soldado. Demasiado violenta la situación, por eso decidiste arrancarte los ojos y buscar consuelo en comprar un labrador retriever. Te pusiste colorado y eres de derechas. Prefieres no recordarlo. Caveman se aprovecharía de la situación recolectando hortalizas que consumirías si se encontrasen en un compartimento de tu nevera pero que no son aptas para la venta en supermercado. Sigues confiando en la suerte. Te han concedido una prorroga de dignidad con visado por ocho horas. Observas la celebridad conducida por chófer en limusina. Contraste con la litrona que sostienes y de la que has perdido el tapón nada más abrirla. La lluvia te salpica, será mejor que te esfumes porque el impuesto de circulación que has pagado no te lo convalidan. Tu dinero vale lo mismo que tu palabra. Juzgas la conducción de la gente que ves a tu alrededor. “Si utilizan el freno de mano para arrancar en esta calle que apenas tiene pendiente será que no son de Vigo”, afirmas con orgullo de tacto de embrague para ti mismo. El efecto de separación magnética de sustancias estaba haciendo efecto. Rememoras trastorno del lenguaje con raza canina de origen pampero. Era lo que todo el mundo quería, pero nadie era realmente tan punky como para dar el paso. Ni siquiera el tupé o la camiseta con la boca sacando la lengua de los Rolling. Dar la espalda, eso era de lo que se trataba. Tripeaste viéndote en televisión al mismo tiempo que suplicabas una de los Beach Boys al Dejota. Cuando tu cuerpo asimiló el estado de alarma después de contar tres patrullas de la Nacional y once barrenderos con chaleco reflectante estabas a tiempo de salvar la situación. El chicle de menta aún tenía sabor. Se mascaba la tragedia.

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